No me olvidaré de tus misericordias, Señor Dios nuestro.
Tu mano me ha sostenido, y me ha guiado hasta fuentes de agua viva.
Aunque fui rebelde, tú me guardaste. Aunque contra ti pequé, no me diste la espalda.
Por muchos años yo me aparté de tus caminos, cerré mis oídos a tus consejos;
mis ojos miraron sus propios deseos, y tus senderos desprecié.
Caminaba entonces directo hacia mi perdición, aceleraba el paso para llegar pronto.
Ciertamente hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero su fin es camino de muerte.
Pero de mí te apiadaste, Señor mío. De mi alma tuviste misericordia.
Lloraba entonces mi espíritu, en las tinieblas de la noche; perdido con hambre y frío, por haberme apartado de Aquél que me dió la vida.
Entendí que fuera de Él no hay vida, ni luz, ni esperanza alguna.
Clamé y lloré, alcé mi voz a lo alto; desde las arenas movedizas llamé su nombre.
Perdóname Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Mas te ruego que te apiades de mí. No me dejes morir así. Socórreme, porque sin ti no hay ayuda. Te necesito, sin ti no puedo hacerlo.
Serviré en tu casa, tenme por uno de tus siervos. Pero no tardes en socorrerme, porque desmayo.
El Señor extendió su mano, y tomó la mía. De las profundidades del abismo me rescató: salvó mi alma de la boca de la muerte.
Me abrazó, y lloró en mi cuello; juntamente con Él lloré.
Hijo mío, me dijo, ¿por qué no llamaste antes? ¿No sabes que estaba buscándote?
Ven conmigo, y entremos en mi casa. Haremos una gran fiesta, porque por mucho tiempo esperamos este día.
Porque tú, hijo mío, estabas perdido, pero fuiste hallado; estabas muerto, pero ahora vives.
Entremos en mi casa, y te daré a beber agua de vida, y nunca más tendrás sed. Te daré pan de vida, y nunca más tendrás hambre.
Mi amor nunca se apartará de ti, hijito mío. Por siempre seré tu Padre.
Grande es la misericordia del Señor. No hay amor como el suyo.
Nunca me olvidaré de tus misericordias, Padre mío. Las llevaré siempre conmigo.
En mi corazón llevaré el recuerdo de dónde me sacaste. No me olvidaré de lo que por mí hiciste.
Declararé tu gracia a mis hermanos, en medio de la congregación te adoraré.
Heme aquí Señor, envíame a mí. Le diré al mundo que a ti se vuelva, porque tu misericordia es sin medida.
Llevaré las buenas nuevas a los confines de la tierra.
Tú das vida a los muertos, y a los débiles fortaleces. De lo que eran pedazos, haces una obra completa.
Las cosas viejas pasaron, en ti, todas son hechas nuevas.
No darás tu espalda a los que de corazón te busquen, no cerrarás tu oído a los que llamen tu nombre.
¿Qué médico le dice a su paciente, cúrate primero y después te atenderé?
Vengan al Rey de reyes, naciones del mundo; escuchen su consejo. Porque teniendo ojos no ven, y teniendo oídos no oyen.
Vengan a mí, y yo los haré ver. Acudan a mi presencia, y abriré sus oídos; dice el Señor.
Entonces verán, y oirán; distinguirán su derecha de su izquierda. Escucharán la verdad, y la entenderán. Nadie les quitará su gozo.
Bienaventurados los que a Él corren, dichosos aquellos los que en Él esperan.